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¿Por qué nos cuesta tanto sostener vínculos?

Últimamente he estado mirando mis vínculos con más honestidad.

Amigos que alguna vez fueron parte de mi cotidianidad y hoy están lejos. Personas con las que hubo cariño, proyectos, risas, viajes, y que, sin una gran pelea ni un cierre formal, simplemente… se han ido diluyendo.


Y no hablo sólo de ellos; hablo también de mí. De esa parte mía que, a veces, también se cansa, se repliega o se desconecta sin darse cuenta. A la fecha de este articulo, tengo 42 años cumplidos —como muchos de mis amigos andan en esa ronda de los cuarentas y cincuentas—, y aún veo ghosting y silencios incómodos. Relaciones que se sostienen más por nostalgia que por presencia real. Y de ahí el interés de escribir esta ocasión: ¿por qué, incluso con tantas herramientas emocionales y espirituales, seguimos sin saber quedarnos?


Una mesa vacía con dos tazas de café tibio y sillas enfrentadas, en una luz cálida que sugiere conversación ausente.
Cuando el silencio entra en la mesa, los vínculos hablan de otras cosas.

Apego y miedo al contacto pleno

Hablar de vínculos es hablar de apego. No del romántico, ni del malsano, sino del patrón emocional que aprendimos en la infancia sobre cómo amar, pedir y permanecer.


Hay quienes viven el amor con hambre y ansiedad: temen perder al otro, buscan fusión, intensidad, certezas. Otros aman con distancia, miedo o control: apenas sienten que alguien se acerca, retroceden o desaparecen. Y muchos oscilan entre ambos extremos: necesitan contacto, pero temen ser vistos. Estos son los famosos apegos descritos por John Bowlby: ansioso, evitativo y desorganizado —formas distintas de haber aprendido a vincularnos con el amor y el miedo—.


Sostener un vínculo a largo plazo implica tolerar la imperfección, aceptar la lentitud, dejar espacio para la sombra. Y eso es algo que aún estamos aprendiendo, porque amar de cerca nos enfrenta con la vulnerabilidad más profunda: la de no poder controlar al otro ni garantizar el mañana.


En tanatología, diríamos que amar también es ensayar la pérdida. Por eso muchos huyen cuando el amor deja de ser ideal y empieza a mostrar sus límites reales.


Composición digital que muestra siluetas humanas difuminándose entre íconos de redes sociales como TikTok e Instagram, simbolizando la fugacidad y fragilidad de los vínculos en la era digital.
En tiempos de hiperconexión, los lazos humanos se vuelven más líquidos y efímeros. Estar “en línea” no siempre significa estar presente.

Lo cultural: vínculos líquidos y agotamiento afectivo

Vivimos en una época donde todo es reemplazable: los objetos, las series, las apps y, tristemente, también las personas. El sistema actual nos enseña a saltar de una experiencia a otra sin procesar lo vivido. Nos enseña a estar hiperconectados, pero emocionalmente dispersos. La cultura del “si no te sirve, suéltalo” se ha vuelto un mantra tan popular que olvidamos una verdad simple: no todo lo que deja de ser cómodo, deja de ser valioso.


Muchos vínculos hoy se sostienen por inercia emocional: por nostalgia, por historia, por no quedar como “el que se fue”. Otros, en cambio, se disuelven sin culpa, como si lo humano también fuera desechable. Y a veces no es que falte amor, sino energía y disposición emocional. Ciertamente, estamos cansados, sobreestimulados, corriendo detrás de metas personales o exigencias sociales. Y entonces el afecto se va quedando sin espacio real para respirarse.


Ilustración cálida de un árbol genealógico donde una persona sostiene hilos que conectan con sus ancestros y descendientes, representando la herencia emocional y los lazos invisibles del sistema familiar.
Cada vínculo que sostenemos tiene raíces antiguas. A veces, no huimos del presente: repetimos una historia que empezó mucho antes de nosotros.

Lo sistémico y transgeneracional: la herencia de no quedarse

Desde la mirada sistémica, hay algo más profundo: el alma familiar. Hay clanes donde amar fue peligroso, donde quedarse trajo pérdida, muerte, enfermedad o abandono. Y entonces el sistema hereda una orden silenciosa: "No te apegues, no te quedes, no ames demasiado, porque eso duele."


Esa información invisible viaja por generaciones, se almacena en la memoria emocional de la familia. Por ejemplo: una abuela que quizás amó a alguien que la traicionó, o un abuelo que emigró y nunca regresó a casa. Quizás amantes ocultos, hijos no reconocidos, amores rotos. El inconsciente familiar siempre intenta protegernos repitiendo la huida.


A veces no sostenemos vínculos no porque no queramos, sino porque le somos fieles a los que no pudieron sostenerlos antes. Y esa fidelidad se disfraza de independencia, desapego o "soy mejor solo y no necesito a nadie". Pero en realidad, muchas veces es un programa inconsciente de reparación.


Sanar esa lealtad requiere mirar hacia atrás y decir: "Queridos ancestros, yo los honro, pero elijo quedarme. Elijo amar sin desaparecer del mapa."



El Tarot y el arte de vincularnos

En el lenguaje del Tarot, hablar de vínculos es hablar del simbolismo de las Copas. El palo que representa el mundo emocional, la sensibilidad, la empatía y la pertenencia. Las Copas son el territorio del alma que busca encuentro. Y cuando están en sombra, muestran justo lo que vivimos hoy: relaciones vacías, fugas, dependencias, desbordes o sequías afectivas.


Antes de mirar los arcanos mayores, quiero recordar tres arcanos menores que nos hablan de esta dificultad para permanecer:

  • Cinco de Copas: el duelo del amor no correspondido, la mirada fija en lo que se perdió, incapaz de ver lo que aún queda vivo.

  • Siete de Copas: la ilusión y la dispersión emocional; quien busca vínculos como escapes, no como encuentros reales.

  • Ocho de Copas: el momento en que uno se va… pero no porque odie, sino porque siente que algo interno lo llama a otro lugar. Es la representación del alma que se retira sin entender del todo por qué se va.


Todos, en algún momento, hemos sido alguna de esas copas derramadas, confundidas o vacías.


Las copas del Tarot en distintos estados.
Las Copas del Tarot nos recuerdan que amar también es saber sostener lo que aún queda en pie.

Con respecto a los Arcanos Mayores, encuentro cuatro cartas que en su sombra, clarifican este tema:

  • El Loco: la libertad sin raíz. El que ama intensamente, pero no soporta la permanencia, pues su naturaleza es huir sin arraigo.

  • Los Enamorados: la indecisión eterna; querer todo, temer perder algo, no saber elegir e intoxicar el vínculo.

  • El Ermitaño: el sabio que se aísla; donde el exceso de introspección revela el miedo a ser tocado. El miedo a reconocerse como lo anticuado, lo viejo, lo prescindible.

  • El Colgado: el que aprende a quedarse quieto y sacrificarse, aún a costa de su incomodidad. Es lo estático que no propone avance o sostén.



Reflexión final

Tal vez la vida adulta sea eso: honrar los vínculos que nos nutren, despedir con gratitud los que ya cumplieron su ciclo, y reconocer cuándo somos nosotros quienes ya no tenemos más para dar.


Saber sostener vínculos no siempre significa quedarse; a veces significa cerrar con amor, sin ghosting, sin desaparecer. Mirar de frente lo que ya no vibra igual, agradecer y seguir caminando.


Porque la madurez emocional no se mide por cuántas personas tenemos cerca, sino por cuánta presencia real podemos ofrecer y recibir.


Este trabajo se vuelve profundamente revelador cuando nos atrevemos a mirarlo: aprender a reconocer las fugas, mirar las heridas del apego, soltar los mandatos familiares y practicar una forma más consciente de permanecer. Creo que al final no se trata de forzar los vínculos, sino de habitar el propio corazón con más coherencia. Y cuando eso sucede, la soledad deja de doler y empieza a sentirse como espacio... lleno de ti y disponible para otros. Desde ahí, los vínculos ya no se sostienen por necesidad, sino por elección.


Dos manos que casi se tocan, un hilo de luz dorada las conecta en medio de un fondo oscuro y difuso.
A veces el vínculo no desaparece: sólo cambia de forma.

Si este texto resonó contigo, te invito a dejar tus comentarios, compartirlo o agendar una sesión terapéutica conmigo. A veces, cuando no sabemos sostener el pasado, el presente nos invita a comprenderlo desde otro lugar.


Te mando un abrazo desde el apego seguro ;)


Texto de autoría propia. Todos los derechos reservados ® Mike Aryan

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