Sobre la crisis de los 40...
- Mike Aryan
- 29 oct 2024
- 5 Min. de lectura
Reflexiones desde un cuerpo, una piel y un alma que cumplieron cuarenta.
Dicen que la vida comienza a los 40, pero lo que no suelen contarte es que también puede desmoronarse. No como castigo, sino como invitación. Lo que parece una década más se suele convertir en una frontera: entre el que fuiste, el que fingiste ser… y el que por fin puede comenzar a habitarse.

Mucho se habla de los 40 desde la mirada femenina: los cambios hormonales, la menopausia, el cuerpo que se transforma. Pero poco se dice de lo que atraviesa un varón, hasta que el cuerpo, el alma y la emoción te piden factura, por ejemplo:
El crédito hipotecario que te convirtió en esclavo de tu propio sueño.
El reloj biológico que nadie te dijo que también existía para ti.
Las canas en tu barba que sabes que no son de sabiduría, sino de estrés.
Las reuniones familiares donde sientes que te evalúan por lo que tienes y no por lo que eres.
La genuina petición de “necesito terapia” en un círculo donde te enseñaron que pedir ayuda era de débiles.
Esto no es una guía. Es una confesión hecha blog.
No es una teoría ni una postura terapéutica. Es mi historia.
La primera sacudida: perder la certeza
Llegar a los 40 me confrontó con una pregunta que nunca me había atrevido a formular: ¿y si todo lo que he creído sobre mí ya no me sirve?
La ropa me empezaba a quedar diferente.
Mi energía no es la misma.
El espejo me comienza a hablar con más honestidad que nunca.
Pero sobre todo, mi interior pedía algo más profundo que logros o metas: empezaba a pedir sentido.
Ahí entendí que no se trataba de una crisis por la edad o el paso del tiempo, sino de una crisis existencial, como un examen del alma para saber si estoy viviendo como quien verdaderamente soy… o como quien aprendí a ser para encajar en los moldes de lo esperado en lo social.

Numerología del 40: el orden y la estructura
Desde la mirada simbólica, el número 40 es purificador: 40 días en el desierto, 40 semanas de gestación, 40 años de travesía en muchas culturas. Es un número de tránsito. No es un final ni un inicio. Es una puerta entre lo viejo y lo nuevo.
Así fue como lo sentí: como si algo en mí muriera y, al mismo tiempo, algo más auténtico me pidiera nacer. Me hacía dejar de lado la prisa y la comparación, la necesidad de demostrar algo y enfocarme en construir desde mi centro, no desde la periferia.
Entendí que los 40 no son una cima. Son un umbral.
La piel como mapa de lo no dicho
A los dos días de haber cumplido los 40, me brotó una infección en el rostro, arribita del bigote y debajo de la nariz. Algo tan mínimo como una irritación fue suficiente para que el mensaje me sacudiera mi autoimagen.
Desde la biodescodificación, la piel representa el contacto, y el rostro, la identidad. ¿Qué necesitaba tocar de mí? ¿Qué cara no me había permitido mostrar?
Hoy entiendo que fue un llamado brutal a reconocerme sin filtros. A dejar de postergar el amor propio. A aceptar el cuerpo de un señor de 40... pero no como decadencia, sino como una nueva forma de presencia. A cuidarlo, no para detener el tiempo, sino para habitarlo con dignidad.

Cocinando para la salud del corazón
Adoptar una dieta mediterránea fue más que una estrategia nutricional: está siendo un ritual diario de autocuidado. El aceite de oliva, los vegetales frescos, el pan con semillas, cocinar sin prisa… se están convirtiendo en un acto de amor silencioso hacia mí.
Reaprender a cocinar mis alimentos es una forma de decirme: “mereces ser bien cuidado, no solo por otros, sino por ti mismo.” Y si bien es uno de los nuevos hábitos que mejor he recibido y adaptado, ciertamente están marcando el ajuste definitivo de los cuarentas: hacer las cosas no porque debo, sino porque también merezco.
Sí... el cuerpo cambia.
Aceptar que el cuerpo ya no responde igual no fue un trago amargo, sino un trago honesto. Dejé de pelear con el paso del tiempo. Dejé de exigirme los rendimientos que tenía de veinteañero. Empecé a escuchar mis límites, mis ciclos, y en especial mis pausas.
Y lo curioso es que, cuando lo acepté, me hice fuerte. No como antes, no como competencia, sino como un enraizamiento. Me hice amigo de mi energía y ahora la escucho más atentamente. Aprendí cuándo empujar… y cuando descansar. Cuándo ir hacia afuera… y cuando quedarme dentro.

La redefinición del éxito
Esa palabra... ¡cuánto peso tiene! Y cuántas significaciones le damos...
Es cierto que a los 40 se redefine ese concepto. Creo que el nuevo éxito no es “lograr más”, sino vivir con coherencia. Entendí lo que muchos memes en las redes ilustran: no necesitar (tanto) la validación de afuera, sino la sintonía que se genera en el interior.
Y aquí está una fórmula que quizás te sirva: honrar otras formas de éxito es poder dormir bien, tener paz, comer rico, gozar de los vínculos y por qué no, disfrutar de los silencios.
A ti, que estás habitando los 40…
Las crisis son oportunidades. Quizás la oportunidad de la mitad de la vida donde estableces un nuevo pacto contigo: el pacto de comenzar a habitarte.
Y si algo de todo esto resuena contigo, quiero decirte que no estás solo. Todo lo que sientes es válido.
Y que a los 40 no se termina nada. Se empieza de verdad.

Te recomiendo este maravilloso libro: “La segunda adolescencia, los cambios a partir de los cuarentas” de la psicóloga Deborah Legorreta. Yo me lo he leído enterito, y puedo decirte que es todo un viaje de redescubrimiento, con un gentil paralelismo entre la adolescencia de los 15 años y esta nueva etapa de vida. El libro lo consigues en Amazon.
¿Estás viviendo tu propia crisis de los 40 (o de cualquier edad)?
Si mi historia resuena contigo, quizá no sea casualidad. Los duelos de edad son pasajes iniciáticos... y a veces necesitamos compañía para cruzarlos. Aquí estoy para ti. Agenda tu sesión en www.mikearyan.com donde te recibiré con mucho gusto.
Texto de autoría propia. Todos los derechos reservados ® Mike Aryan
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