Luces, cámara… ¿despertar?
- Mike Aryan

- 8 jul
- 4 Min. de lectura
En tiempos donde casi todo puede digitalizarse —desde el afecto hasta la meditación—, no es sorpresa que lo espiritual también haya sido tocado por la promesa del algoritmo.
Hoy en día, basta con entrar a cualquier bazar holístico o cuenta de bienestar para encontrar una nueva generación de aparatos que aseguran lo impensable: activar el tercer ojo en 30 minutos, liberar traumas en frecuencia 432 Hz, conectar con tu Yo Superior gracias a una lámpara que emite luz estroboscópica sincronizada con patrones “cuánticos”.
Es hipnótico. Su narrativa, envolvente. Su precio... considerable.
Se presentan como la evolución de la terapia energética. Pero, ¿realmente despiertan algo? ¿O estamos ante una ilusión de trascendencia vendida en cómodas mensualidades?

La estética del asombro
Muchos de estos dispositivos combinan luces, sonidos envolventes y secuencias programadas que estimulan el sistema nervioso. El entorno está cuidadosamente diseñado: camas ergonómicas, música celestial, aroma a palo santo, mantitas suaves… todo invita al cuerpo a entregarse.
Y no lo niego: uno se siente contenido, como si algo profundamente sagrado estuviera ocurriendo. Y quizá, en algún nivel, lo esté.
Pero el problema no es lo que provocan. El problema es lo que prometen.
Una cosa es inducir estados de relajación, y otra muy distinta es afirmar que estás limpiando tus memorias celulares o reconectando con tu linaje cósmico.
La lista es larga:
Descalcificación de la glándula pineal
Activación del tercer ojo
Sanación vibracional de traumas ancestrales
Apertura a planos de conciencia superior
Todo esto, según sus programas, en 8 sesiones de 45 minutos. Como si el alma pudiera seguir un calendario de desbloqueos...
Yo lo viví. No lo niego. Pero...
Probé uno de estos aparatos. Una lámpara de luz pulsante con más de 170 protocolos programados para distintas intenciones: ansiedad, abundancia, creatividad, intuición, despertar espiritual, limpieza energética.
La verdad, la sesión fue placentera. Cerré los ojos y vi mandalas, colores danzantes, figuras geométricas. Sentí algo similar a lo que he sentido después de una meditación profunda. Ligereza. Paz.
Pero luego vino la pregunta de la cual nació este artículo.
¿Quién decide cuál es la frecuencia para “abrir el tercer ojo”? ¿Dónde está el fundamento simbólico, fisiológico o terapéutico que respalde esa asociación? ¿Es una correlación validada o solo es una narrativa bonita?
Lo pregunté. Lo busqué en Google. Solo me dijeron que se habían descubierto esos programas de luces. Y ahí, se rompió el hechizo.
El precio de "ser" o más bien... "parecer" elevado
Estos aparatos no son accesibles para la mayoría. Algunos rondan alrededor de los $100,000 MXN.
Y no solo compras el dispositivo: compras la sensación de estar “más despierto”, más cerca de tecnologías cuánticas. La sensación de pertenecer a una élite vibracional.
Desde mi punto de vista, es una nueva forma de estatus: ya no es el coche ni el título. Es la tecnología espiritual que usas.
“Vibro con frecuencias personalizadas. Es más eficaz que la meditación.”
Esa frase la escuché en tiempo real y sinceramente me dejó pensando. Detrás de ella se esconde una lógica un tanto peligrosa:
Cuanto más caro... ¿más sagrado?
Cuanto más complejo el lenguaje... ¿más verdadero el proceso?
Cuanto más tecnológico... ¿más legítima la sanación?
Y es ahí donde empezamos a confundir el brillo con la luz verdadera.

¿Funcionan? Sí. Pero no como crees.
Porque, seamos honestos: estos dispositivos ofrecen lo que muchas veces el ego espiritual anhela en secreto...
Resultados sin confrontación.
Luz sin sombra.
Movimiento sin cuerpo.
La estimulación sensorial es una distracción elegante. La luz estroboscópica nos entretiene... pero también nos aleja del silencio incómodo donde habita la verdad.
Deseo aclarar algo: no estoy aquí para demonizar ninguna aparatología espiritual. He visto cómo estos dispositivos pueden relajar, abrir la imaginación, generar una pausa. Son puertas sensoriales válidas. El riesgo aparece cuando se presentan como sustitutos del trabajo interior, pues una cosa es estimular y otra muy distinta es acompañar.
Una lámpara puede ayudarte a entrar en estado alfa. Pero no va a sostenerte cuando tu herida se active en lo cotidiano. No te va a mirar a los ojos cuando estés llorando. No va a validar tu historia porque un aparato no siente.
¿Y la ética, apá?
Aquí es donde entra el discernimiento. No me opongo al uso de herramientas. Lo sagrado, en su esencia ancestral, no era desechable ni automático. Un cuarzo se programa con intención. Un cuenco tibetano resuena con siglos de práctica consciente.
No necesitan chip, solo presencia.
Quien me conoce, sabe que utilizo y promuevo el uso responsable de recursos externos como inciensos, cuarzos, oráculos velas y simbología en rituales terapéuticos.
Pero todo recurso debe someterse a una sola pregunta:
¿Está al servicio de la conciencia… o la está reemplazando?

¿Estoy utilizando esto desde mi presencia, o estoy esperando que me resuelva? ¿El terapeuta o sanador me acompaña de verdad, o solo me renta un aparato con frases programadas? ¿Estoy buscando un puente… o una vía rápida para no sentir?
La tecnología espiritual no es mala. Lo que puede volverse peligroso es el uso sin presencia, sin cuerpo y sin alma.
Vivimos en la cultura de la inmediatez: el cuerpo ideal, la pareja consciente, la iluminación. Trascender el cuerpo sin habitarlo. Iluminarnos sin cuestionar al ego. Y cuando la incomodidad aparece, buscamos un aparato que la apague… en lugar de preguntarnos qué nos quiere decir.

Lo que ninguna luz puede hacer por ti
No hay lámpara que te despierte si tú no estás listo para mirar adentro. No hay frecuencia que sustituya una conversación honesta. No hay protocolo que reemplace el temblor del corazón cuando por fin se dice la verdad.
El camino espiritual no necesita más gadgets. Necesita más humanidad.
Y sobre todo, más personas que te recuerden que la verdadera luz no parpadea... se habita.
¿Te resonó este artículo? Te invito a dejar tus comentarios, compartirlo con quienes estén explorando el camino espiritual, y si lo sientes, agendar una sesión conmigo, una lectura o tomar uno de mis cursos.
Estoy aquí para acompañarte con ética, sin fórmulas mágicas, pero con mucho corazón y criterio.
Texto de autoría propia. Todos los derechos reservados ® Mike Aryan








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