top of page

Our Recent Posts

Tags

El duelo migratorio: cuando el alma también cambia de país

A veces el duelo no aparece cuando algo muere como tal, sino cuando algo cambia. Cuando la vida nos mueve de lugar y toca soltar la versión de nosotros que ahora requiere adaptarse a una nueva realidad. Por eso decimos que el duelo es un proceso de adaptación ante una pérdida significativa, una respuesta sana y dolorosa que el alma necesita para integrar lo que ya no está. Y entre los duelos más invisibles, hay uno que cada vez vemos con más frecuencia: el duelo migratorio.


Viaje simbólico de una persona contemplando su partida, reflejando el duelo anticipado antes de migrar.
Migrar no siempre es irse de casa: a veces es aprender a habitarte de nuevo.

Migrar es mucho más que mudarse

Migrar no es solo empacar una maleta y cambiarse de país. Es dejar atrás los sabores, los acentos, los aromas y las calles que uno conoce casi sin mirar. Es descubrir que el cuerpo puede extrañar también un clima, un sazón o la manera en que alguien pronunciaba tu nombre.


El psiquiatra Joséba Achotegui llamó a este proceso Síndrome de Ulises, en honor al héroe que vagó años intentando regresar a Ítaca. Porque el migrante moderno, aunque viaja en avión y no en barco, también vive una odisea interior: la de adaptarse sin dejar de pertenecer.



El duelo anticipado: cuando la despedida comienza antes

Muchas personas creen que el duelo migratorio comienza cuando te despides o cuando ya estás en otro país, pero normalmente no es así. Empieza mucho antes, cuando el deseo o la necesidad de irte ya habita en tu mente.


A eso se le llama duelo anticipado: la tristeza que llega antes de la partida, cuando todavía estás ahí, pero emocionalmente una parte tuya ya comenzó a despedirse. Y sí, puede durar meses o incluso años, especialmente cuando sabes que migrar será inevitable… aunque todavía no sepas cuándo o cómo.


Viaje simbólico de una persona contemplando su partida, reflejando el duelo anticipado antes de migrar.
El duelo migratorio comienza mucho antes de la partida: cuando el alma empieza a despedirse en silencio.

Migrar por elección, la culpa de sentirse triste

Hay duelos migratorios forzados —cuando una persona tiene que huir de la guerra, de la violencia, de una crisis o de la falta de oportunidades—. Ahí el duelo se mezcla con miedo, desarraigo y cansancio existencial. Pero también existen los duelos migratorios no forzados: los que nacen de una elección, una oportunidad laboral, una relación o un sueño.Y aunque parezcan más fáciles, también duelen.


Toda elección implica una renuncia. Y ahí suele activarse la culpa:

“Si yo elegí irme, ¿entonces por qué me siento así?”“¿De qué me quejo si aquí estoy mejor?”


Tengo una historia en la mente, una chica que migró de México a Estados Unidos por amor y por la promesa de un nuevo comienzo. A ella le iba bien: tenía un buen trabajo, una pareja estable y nuevas amistades. Pero había días en que la tristeza la sorprendía sin avisar. Me decía: “Extraño los domingos, porque siempre iba a comer tacos con mis hermanos. No pensé que me dolería tanto, incluso sabiendo que acá estoy feliz.”


Ese hueco silencioso que nadie allá entendía… era el corazón de su duelo migratorio.


Dos personas conversando mientras una reprime sus emociones; representa el duelo invalidado por comentarios bienintencionados.
No todos los “estás mejor” consuelan. Algunos solo te recuerdan que nadie ve lo que duele.

Lo más duro del duelo migratorio elegido es que casi siempre está invalidado. La gente suele decirte cosas como:

  • “Pero si allá vives mejor.”

  • “No te quejes, tú querías irte.”

  • “¿Cómo extrañas si estás feliz?”


Y esas frases, aunque suenen amables, anulan la tristeza legítima de quien extraña su tierra, sus vínculos o sus tradiciones, como si sentir fuera un acto de ingratitud.


La tanatóloga Gaby Pérez Islas suele recordar que no todo duelo es por la muerte de alguien: a veces el dolor llega porque el contexto que nos contenía dejó de existir. Y tiene razón. El duelo migratorio necesita espacio para ser reconocido, pues no es que contradiga el agradecimiento, lo amplía. Y vale la pena recordar que somos capaces de habitar sensaciones diametralmente opuestas al mismo tiempo, eso nos hace profundamente humanos. Se puede estar agradecido y, al mismo tiempo, sentir nostalgia. Ambas cosas caben en el mismo corazón.



Entre dos tierras

El duelo migratorio tiene otra particularidad: es un duelo ambiguo. No se pierde todo, pero nada vuelve a ser igual. Sigue existiendo el país, los amigos, la familia… pero lejos. Y ese estar "entre dos tierras" cansa, pues ni soy de de aquí, ni soy de allá.

Uno aprende a reír en un idioma y a llorar en otro. A celebrar lo nuevo mientras algo dentro aún añora lo conocido. Y está bien, pues no se trata de elegir entre lo que fue y lo que es, sino de aprender a habitar ambas orillas con presencia.


Representación simbólica de una persona entre dos países, mostrando la ambigüedad del duelo migratorio.
Vivir entre dos orillas también es una forma de pertenecer.

Lo que el duelo migratorio revela

Migrar no solo mueve el cuerpo: mueve la historia emocional. El duelo migratorio suele ser un catalizador interno; pues desnuda las heridas no sanadas. Y entonces, aparecen viejos fantasmas: el miedo al abandono, el desarraigo, las huellas de la infancia, las rupturas no cerradas, los duelos que nunca se elaboraron del todo.

Por eso, muchas veces no es la distancia lo que duele, sino lo que la distancia refleja. El cambio exterior hace visible lo que dentro seguía esperando una despedida.


Y no solo sufren los que se van: también los que se quedan viven su propio tipo de duelo. Los padres que despiden a sus hijos en el aeropuerto, los amigos que conservan un lugar vacío en la mesa, los hermanos que siguen mandando whatsapps a un chat que ya casi nadie contesta.



El hogar como raíz interior

Migrar puede convertirse en una experiencia iniciática si logramos mirarla así: no como pérdida, sino como camino de conciencia. A veces la vida nos lleva lejos para que encontremos cerca algo que habíamos olvidado: a nosotros mismos.


El hogar no siempre es una casa, ni un país. A veces es ese lugar interno donde te sientes en paz con quien eres, donde dejas de buscar pertenecer afuera, porque ya aprendiste a pertenecer dentro.


“Cuando logramos sentirnos en casa en nuestro propio cuerpo, el mundo entero deja de ser extranjero.”


Si estás atravesando un duelo migratorio, si acabas de irte, si planeas hacerlo o si simplemente sientes que ya no perteneces donde estás, recuerda: no estás roto, estás en transición. Y en toda transición hay una posibilidad de renacer distinto.


Cuéntame, ¿qué parte de ti extrañas cuando piensas en casa? Y más aún: ¿qué necesitas para sentirte en casa dentro de ti mismo hoy?


Comparte este artículo con quien esté lejos y necesite sentirte cerca. Y si quieres trabajarlo en sesión, aquí te acompaño: www.mikearyan.com


Texto de autoría propia. Todos los derechos reservados ® Mike Aryan

Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
bottom of page