El filo de las palabras: cómo el lenguaje moldea nuestra conciencia
- Mike Aryan

- 17 oct
- 5 Min. de lectura
En mi más reciente sesión, mi terapeuta me dijo una frase que sigue resonando: “Mike, escúchate. No te has dado cuenta de lo que acabas de decir.”
Y desde ahí quiero partir para este artículo, pues me he dado cuenta que escucho a los demás muy bien, con atención… pero cuando me hablo a mí, lo hago con cierta dureza. Frases que no siempre me cuidan, que no siempre me acompañan. A veces, me descubro repitiendo sentencias como si fueran verdades absolutas: "Ya no puedo con esto", "siempre me pasa lo mismo", "nadie me entiende."
Y sin darme cuenta, esas palabras —a veces— se han vuelto paredes.
Pero la frase me sirvió hace poco, justo cuando acompañé a un consultante en un proceso de duelo migratorio (aquí escribí algo acerca de esto). Me dijo: "Siento que estoy huyendo de todo otra vez." Y yo le pregunté: "¿Qué es para ti huir?", pues a veces para escucharnos es necesario replantear nuestros propios conceptos. Me dijo una definición que no encajaba del todo con su proceso, y yo le respondí: "¿Y si esto que vives no es huida, sino una renuncia consciente?". Y ahí le cayó un veinte, pues al reestructurar el discurso, damos nombre a la historia que duele, pero también el modo en que la nombramos.

El poder de narrarnos diferente
Michael White y David Epston (ambos terapeutas) sostienen que toda historia puede recontarse desde otro lugar. Ese es el principio de la terapia narrativa: el lenguaje que usamos no solo describe lo que vivimos, también crea la forma en que lo experimentamos.
Cuando cambiamos la manera en que hablamos de lo que nos pasa, abrimos un nuevo campo de posibilidades. Y no es negar el dolor, es pasar de ser víctimas de la historia, a ser autores de sentido.
Hace unos días, viví en carne propia este ejercicio. No tuve tiempo de hacer ejercicio, y esa frase encendió mi viejo diálogo interno: "otra vez no fuiste productivo." Entonces, recordé la voz de mi terapeuta diciéndome: "Escúchate, Mike, escúchate."
Me detuve y lo reformulé: "Hoy fui productivo de otras maneras." Y sí: cociné, fui al súper, me tomé un cafecito con un amigo. Produje presencia, alimento, vínculo. ¡Y me cayó un veinte a mí! Comprendí que la productividad también tiene alma, no solo resultados.
Es donde la terapia narrativa encuentra su conexión natural con la espiritualidad.
Del decreto mágico al decreto consciente
Durante años se nos ha dicho que "todo lo que decretas se cumple", como si el Universo estuviera tomando pedidos al mayoreo en una comanda. Pero he comprendido —en tantos años que llevo en esto— que el decreto no es solo una orden al Universo: es la forma de ordenar nuestro universo interno.
Cuando repetimos una afirmación o un mantra, estamos entrenando a nuestra mente a sostener una dirección. El poder del decreto no está en el mandato energético, sino en la coherencia emocional que genera dentro de nosotros. Y desde ahí, sí… la realidad empieza a moverse y a reconfigurarse.
Anduve investigando más de eso. La neuropsicología explica que el lenguaje puede modificar nuestras rutas cerebrales: cada palabra que elegimos activa redes neuronales asociadas a emoción, memoria y conducta. Podemos imaginarlo como un bosque: las palabras repetidas son senderos neuronales, cuanto más caminamos por ellos, más anchos se vuelven. Por eso, decir "estoy aprendiendo a sostenerme" no solo suena distinto que "ya no veo la mía", sino que literalmente crea un camino mental nuevo.
Repetir para recordar
Antes de que la New Age popularizara los decretos y afirmaciones, las tradiciones antiguas ya comprendían la fuerza del verbo. Los mantras budistas, las oraciones contemplativas o incluso la repetición de frases sagradas en muchas religiones no eran conjuros, sino formas de enfocar la mente y ordenar la conciencia. Repetir no como un acto de magia, sino como un acto de presencia.
Esa repetición crea surcos de atención. Y lo que atendemos, florece.
Por eso, cuando trabajamos con frases de abundancia o gratitud —como hace poco que tomé un taller de abundancia con dos de mis exalumnas—, no se trata de negar lo que falta, sino de recordar lo que ya está. Decir "gracias" no es una fórmula, es un entrenamiento perceptivo: una forma de dirigir la mirada hacia la vida que aún nos sostiene.
Por cierto, tengo un tallercito ya grabado, pensado para quienes desean volver a habitar sus palabras desde la calma a través de la meditación. Puedes ver de que se trata aquí.

El Tarot como lenguaje narrativo
El Tarot, en esencia, también es una herramienta narrativa. Cada lectura une símbolos, imágenes y palabras en una trama que busca sentido. Cuando se hace una tirada, también tejemos una historia, uniendo fragmentos dispersos en un relato coherente que nos ayude a comprender quiénes somos, qué repetimos o qué estamos listos para aprender.
Por eso, más allá de las cartas individuales, el Tarot con enfoque terapéutico es una invitación a narrarnos desde nuevas perspectivas. Esa reorganización simbólica no solo transforma la mente: también puede modificar tus rutas cerebrales y emocionales, ayudándote a reescribir tu historia interior.
Las Espadas en el Tarot representan el mundo del pensamiento y la palabra. Son el filo de la conciencia: pueden herir o liberar, cortar o abrir caminos. A veces duelen, porque nos obligan a mirar de frente la verdad que evitamos, pero también son las que despejan la niebla y devuelven claridad.

Imagínatelo así: cada vez que elegimos cómo nombrar algo, estamos empuñando una espada. Y en ese gesto sutil puedes decidir si cortar desde el miedo o desde la lucidez. Es como ejercitar una parte de nuestra libertad interior.
Ejercicio: resignificar el diálogo interno
Te propongo un ejercicio sencillo. Dobla una hoja de papel por la mitad, de manera que tengas dos columnas. En la izquierda, escribe tres frases que sueles repetirte. En la de la derecha, reescríbelas con compasión. Por ejemplo:
"Nunca logro lo que quiero" → "Estoy aprendiendo a recibir lo que necesito."
"Estoy gorda, nomás no bajo de peso" → "Estoy aprendiendo a cuidarme. Necesito paciencia conmigo."
"Siempre arruino las cosas" → "A veces me equivoco, pero también aprendo y reparo."
Léelas en voz alta frente al espejo y tómate el tiempo de escucharte. Respira y pregúntate: ¿Esta palabra me construye o me destruye? Esa pausa ya es un acto de libertad en sí mismo.

Ser compasivos con nuestro diálogo
Todo esto me regresa al principio del artículo, a esa frase que me dijo mi psicóloga: "Escúchate, Mike, escúchate".
Porque lo que decimos —incluso cuando no lo decimos en voz alta— está creando realidad. Cada palabra, cada pensamiento, o cada silencio con significado.
Quizás la verdadera transformación no empiece en la acción ni en el decreto, sino en la forma en que nos hablamos cuando nadie nos escucha. Y tal vez la sanación consista, simplemente, en empezar a contarnos nuestra historia con un poco más de compasión.

Si quieres explorar cómo reescribir tu diálogo interno, te invito a agendar tu sesión conmigo o a tu lectura de Tarot terapéutico. Pero incluso si hoy no das ese paso, ya puedes empezar: la próxima vez que te escuches, pregúntate… ¿esta palabra me cuida o me castiga?
Gracias por leerme, bb. Hasta la próxima.
Texto de autoría propia. Todos los derechos reservados ® Mike Aryan








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