Emprendimiento espiritual: de servir a ser
- Mike Aryan

- hace 1 día
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Hay un tipo de cansancio del que casi nadie habla. O más bien, de los silencios de un nicho muy específico. No hablo de cansancio físico, ni mental, es más bien un cansancio del alma.
Si, de sentir que incluso lo que amas hacer te exige más de lo que puedes dar.

Hoy en día, muchas personas que se dedican al mundo espiritual —terapeutas, coaches, canalizadores, consteladores— viven bajo una presión silenciosa: “sé tu mejor versión, vibra alto, monetiza tu propósito, ¡inspira todos los días!”
Y entre tanta luz, se nos olvida algo básico: también somos humanos.
Durante la pandemia, muchos de nosotros nos dimos cuenta de eso. El encierro nos puso de frente aquello que no habíamos querido ver: nuestras sombras, el vacío y sobre todo, la falta de sentido. Fue un espacio para cuestionarnos y revisar quiénes éramos sin la rutina diaria que nos comía.
Esto, sin duda, se volvió tierra fértil para muchos de los que nos dedicamos a esto: era la oportunidad de compartir un mensaje de esperanza en un mundo lleno de malas noticias. Y lo mejor: podías hacerlo desde tu propia casa.
Pero después vino el otro extremo: la sobreexposición. Demasiada información, demasiadas fórmulas, demasiadas voces y gurús emergiendo debajo de las piedras diciéndote cómo deberías vivir tu espiritualidad y anclar tu nuevo sentido de vida. Ahí surge la pregunta que me acompaña desde hace tiempo:
¿Cómo sostener un camino espiritual sin perder la coherencia ni el alma?

Hay tres transiciones que marcan la diferencia:
Pasar de servir a acompañar.
Pasar de la intuición empírica a la intuición con fundamento.
Y pasar del propósito como meta al propósito como proceso.
Quizás esa es la madurez del alma que decide seguir caminando, sin la urgencia de tener que demostrar algo.
El espejismo del propósito: la trampa de los deberías
Hace tiempo escribí un artículo llamado “La tiranía de los deberías”, inspirado en la carta del Diez de Bastos. Ese hombre que carga más de lo que puede, es para mí, la imagen perfecta del emprendedor espiritual actual: lleno de fuego, pero agotado energéticamente.
Muchos empezamos movidos por el deseo genuino de ayudar, pero a veces ese deseo se convierte en un mandato invisible: “si ya sabes tu propósito, tienes que cumplirlo, puedes vivir de él y generar abundancia". Y ahí es donde se pierde la libertad. Empiezas a servir desde la culpa, no desde el amor.
Carl Rogers lo decía de forma simple: “La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar.”
A veces no se trata de hacer más, sino de soltar la autoexigencia. De volver a ser personas antes que ser guías... y de recordar que el propósito no es un deber sagrado, sino una forma de vivir con sentido. Y justo ahí, en ese punto, aparece una herida muy común: “valgo por lo que doy.”
La herida del valor
Esa herida atraviesa muchas capas.
Desde niños, aprendemos que el amor se gana. Frases como: "si ayudas en casa, te quiero", "si cumples, vales." crean un patrón psicológico que repetimos de adultos: dando sin medida, sosteniendo a todos y agotándonos… y cuando paramos, sentimos culpa.
A nivel sistémico, puede deberse a la repetición de roles parentales. Es decir, el hijo cuidador se vuelve el terapeuta salvador, aún a costa del propio bienestar.
A nivel social, el contexto educa a que si no estás generando ingresos a partir de esto, entonces tu misión no vale.
A nivel espiritual, esto se disfraza de servicio. Servir desde el amor es hermoso, pero servir desde la herida nos termina vaciando.
Y voy a introducir un nuevo nivel: el epistémológico. Es decir, la necesidad de marcos sólidos que sostengan nuestra práctica, más allá del carisma o la intuición. No basta con tener dones: hay que tener buenas bases.
Una historia que me lo enseñó
Hace años, cuando trabajaba dentro del mundo de la angeloterapia, tuve una sesión que marcó un antes y un después en mí. Yo muy entusiasta, atendía las sesiones de la lista de espera de mi ex-mentora, y me pidieron atender a una mujer muy mayor, así que no conocía nada de mi consultante.
Resulta que su familia quería que algo espiritual sucediera en esa sesión, porque, según ellos, la señora estaba muy deprimida. Ellos mismos me dijeron que tenía cáncer de pulmón, pero habían decidido ocultárselo.
Durante la sesión, ella no quería hablar de ángeles, ni del niño interior, ni de cuánticas o de cambios de percepción. Solo quería hablar de su vida. Yo estaba muy nervioso, pues nada de lo que me decía la señora encajaba con el método que me enseñaron. Tenía el pie temblando debajo de la mesa —suelo cruzar las piernas cuando estoy en consulta— como si algo dentro de mí no supiera cómo gestionar la incertidumbre del momento.
Terminé la sesión y de inmediato, le conté a mi ex-mentora. Su respuesta vagamente fue algo así como: “Es que estás canalizando energía de otro plano y es tu paraseñalética.” Yo internamente sabía que no era eso, pero no podía nombrar aún eso que me estaba causando ansiedad. Esa misma tarde, le hablé a mi mamá, que es tanatóloga desde hace años, y me lo dijo claro: “Eso fue una sesión de duelo. Lo que sentiste fue el peso de acompañar a alguien que se sabe cerca de su partida.”

Y como balde de agua fría, entendí que no era un tema de energía ni de planos ni de canalizaciones: era un tema de presencia humana. A los tres meses, los familiares me contactaron para decirme que la señora había fallecido en paz. Yo creo que, aunque la familia silenció su estado de salud, ella ya lo sabía.
Esa experiencia me recuerda muchísimo el campo de las lecturas de Tarot.
¿Cuántos colegas se escudan en que basta la intuición para conectar con las cartas?, ¿cuántos siguen replicando el mito de que necesitas nacer con un don?, o el peor —lo leí en Threads hace unos días—: "no se necesita entrenar la intuición porque la pineal hace su trabajo sola." ¿¡Quéeee!?
Lo espiritual sin fundamento puede volverse crueldad sin intención. Vale la pena hacernos preguntas sensatas, sobre todo si trabajamos acompañando a otros, independientemente de nuestro método:
¿Estoy escuchando el dolor real de la persona que tengo enfrente o imponiendo mi técnica?
¿Mi marco metodológico le da poder o la hace depender de mí?
¿Estoy sirviendo desde mi alma o desde mi necesidad de ser útil?
Entre la fe de lo invisible y la forma de lo tangible
Hay muchas vías de crecimiento espiritual en la actualidad: coaching, barras de access, registros akáshicos, canalizaciones, ceremonias de cacao, plantas sagradas, metafísica… creo genuinamente que todas pueden ser válidas si quien las ofrece ha hecho el trabajo interno y ético de sostenerlas.
El problema no son los métodos, sino cómo los usamos. No se trata de meter al consultante en tu marco, sino de acompañarlo desde tu experiencia bien integrada y entendida.
En una ocasión, cuando le pregunté a mi ex-mentora si su certificación tenía algún respaldo institucional, la respuesta de su equipo fue: “No hace falta, ella ya es conocida internacionalmente".
Spoiler: lo "internacional" no es sinónimo de seriedad o de rigor.
Por eso, seguí formándome en otras líneas (puedes conocer más de mí aquí), porque la intuición sin contención puede volverse arrogancia.
Rumi decía: “Tu tarea no es buscar el amor, sino encontrar las barreras dentro de ti que has construido contra él.” Y una de esas barreras, en el mundo espiritual, es creer que ya no necesitamos aprender.
En otras palabras: lo que importa no es la técnica, sino la conciencia desde la que la aplicas. Y parte de esa conciencia implica aceptar que no todo pasa “por algo”... ¡a veces las cosas simplemente pasan! Y es nuestra tarea, si queremos, construirle un sentido. Ahí empieza la verdadera madurez espiritual.

Cuando la misión se enfrenta a la realidad
También me he topado con discursos muy recurrentes, y es que si las cosas no fluyen en nuestro emprendimiento espiritual, es porque “energéticamente” algo anda mal. Y no siempre es así.
La realidad y el contexto también cuentan: la economía, los ciclos del año, los gastos familiares, la saturación de redes. Septiembre no es “baja vibración”, es el regreso a clases. Febrero no es “bloqueo de abundancia”, es la cuesta de enero extendida. ¿Tú has notado que cuando hay cambio de gobierno o elecciones federales, la economía se tambalea? Créeme, mi agenda sí lo nota.
Y reconocerlo no te quita fe: te da inteligencia contextual. Como diría la filosofía del Tao: “Quien comprende el mundo, camina sin prisa.”
Nuestra misión espiritual no está fuera de la realidad, sino dentro de ella. Y madurar también significa dejar de espiritualizar lo que es humano y aprender a vivirlo con responsabilidad.
El hijo espiritual que crece
Un proyecto de emprendimiento espiritual es como un hijo simbólico: primero necesita brazos, luego límites, y después libertad. En sus primeros años lo cuidas, lo nutres, lo acompañas de cerca. Pero si no lo dejas crecer, se asfixia. Y si tú no creces con él, te empieza a quedar chico.
Me decía una amiga: "la tenacidad con la que abrazas tu misión". Pero creo que no se trata de una virtud o un don: es una habilidad que se forja cuando aprendes a sostener sin querer controlarlo todo.
Hoy ando muy de frases célebres. Esta idea de la tenacidad me recuerda a Santa Teresa de Jesús que decía: “Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza, quién a Dios tiene, nada le falta.”
Sostener también es evolucionar, y no tener miedo de cambiar el formato; porque a veces el propósito —o los propósitos de vida, que pueden ser varios— no solo se transforma: se actualiza.

Madurez en el emprendimiento espiritual
Citando nuevamente a Rogers, él decía: “La buena vida es un proceso, no un estado del ser. Es una dirección, no un destino.” Y esa dirección, duramente, la aprendí fuera de los libros, de los métodos y las mentorías. La incorporé el día que me temblaron los pies frente a una mujer que necesitaba ser escuchada con presencia.
Como conclusión, quisiera cerrar con esta reflexión: honremos los ritmos de la vida, no los del algoritmo. Seamos presencia más que ser un compendio de técnicas holísticas. Es como el viaje que carga el Diez de Bastos hasta volverse El Sol, sin miedo de quemarse o de compartirse.
Te propongo un pequeño ejercicio. Pon una mano en el corazón y otra a la altura de tu vientre. Respira despacio y repítete en silencio: “Mi valor no depende de mi productividad. Soy suficiente.”
Como decimos en constelaciones, permite que la frase se asiente en tu corazón.
Hoy no te invito a agendar una sesión. Hoy deseo que te puedas pasear por mi Manifiesto de Espiritualidad Ética que guía mi trabajo terapéutico, y si te sirve de inspiración, anímate a crear el tuyo. Puedes leerlo completo aquí.
Texto de autoría propia. Todos los derechos reservados ® Mike Aryan








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